viernes, 24 de diciembre de 2010

El comienzo de un fin

Tuvo miedo. Mucho miedo. Tuvo miedo de arriesgarse y perder, de sufrir de nuevo, de dejarse llevar por un capricho y volver a echarlo todo a perder. De hacer daño a las personas a las que quería por un mero impulso. Pero se arriesgó.
Y puede que durante una hora, quizá dos, quizá un día entero, sintiese más que nunca esa espina clavada en su corazón, ese pinchazo de un amor frustrado, de algo que nunca pudo hacer realidad. Y le dolió. Le dolió mucho.
Quiso darse tiempo, escuchar a su razón, evitar equivocarse. Pensó mil veces que el corazón debía dominar a la razón, que de esa manera sería lo que la haría feliz realmente. Pero ya lo hizo una vez y se equivocó. ¿De verdad quería arriesgarse? No.
Se convenció de que no, y ese no era que no. Pero volvió a arriesgarse y pensó que era lo mejor para arrancarse esa espinita, que no conseguiría nada si no se lanzaba de cabeza. Y quizá, sólo quizá, así se diese cuenta de que no podía pedir más. De que estaba bien, de que quizá todo era una mentira o una verdad pasajera. De que no terminaría bien.
Y poco a poco se la fue arrancando. Y supo así que no merecía la pena darlo todo por alguien que no estaba dispuesto a darlo todo por ella.
Y así, después de dos largos años, empezó a dejarlo pasar.

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